La austeridad fue el estandarte del gobierno que hoy nos tiene a los ciudadanos y a nuestra democracia con el pie en el cuello. Y en las campañas políticas, esta misma falsa promesa de austeridad se repite una y otra vez. Esta aparente virtud se convierte en un espejismo cuando se profundiza en las implicaciones reales que tiene para la sociedad. La búsqueda de gobiernos más austeros, en vez de más eficientes, son un error conceptual que nos está costando caro, no sólo en México, sino en todo el mundo.Los gobiernos, a diferencia de las empresas, dependen de ingresos fijos que son, en gran medida, un porcentaje de lo que los ciudadanos generan, es decir, los impuestos. Este dinero no es algo que el gobierno pueda decidir no gastar, por el contrario, su responsabilidad es utilizarlo de la manera más eficiente posible. No obstante, bajo la bandera de la austeridad, algunos gobiernos socialistas han caído en la trampa de hacer creer a la ciudadanía que gastar menos es sinónimo de administrar mejor. Esto no podría estar más lejos de la realidad.
Como ejemplo, la situación del Instituto Nacional Electoral (INE). Reducir el presupuesto destinado a la entidad encargada de organizar las elecciones sólo beneficia a aquellos que, de formas no democráticas, buscan perpetuarse en el poder. Este tipo de “ahorros”, no sólo mina las bases de la democracia, sino que también abre puertas a la corrupción, al permitir que los fondos se desvíen hacia fines distintos a los originalmente previstos.
El caso del detenido aeropuerto de la Ciudad de México y la estrategia de endeudamiento para mantener un dólar barato son ejemplos de cómo la austeridad mal entendida puede llevar a decisiones que, lejos de beneficiar al país, terminan costándole más. Estas decisiones, no sólo tienen un impacto económico directo, sino que también afectan la percepción internacional y la confianza en la gestión del país.
La estrategia del actual gobierno de México de reducir el gasto público en áreas cruciales como la transparencia y la rendición de cuentas, ha resultado en una administración más opaca. Esto dificulta, y en muchos casos imposibilita, que los ciudadanos accedan a información fundamental, limitando su capacidad para exigir cuentas y tomar decisiones informadas.
Los supuestos programas sociales sin un padrón claro de beneficiarios, son otro ejemplo de cómo estos ahorros pueden ser en realidad un espejismo. Sin un registro de quién recibe qué, cuánto y por qué, los ciudadanos no tenemos manera de saber si estos programas están cumpliendo con su propósito o si el dinero está siendo utilizado de manera eficiente. Ante este escenario, los mexicanos nos encontramos en un punto de inflexión. La frase “el que compra barato, compra dos veces” nunca ha resonado con tanta fuerza. Hemos comprado la idea de la austeridad a un precio muy bajo, solo para descubrir que no sirve, que no ha logrado entregar ni un solo resultado deseable. Con las elecciones del próximo 2 de junio a la vista tenemos la oportunidad de “volver a comprar”, de elegir un camino diferente. Aunque las opciones puedan parecer limitadas, hoy sabemos lo que no queremos. Es momento de apostar por una gestión gubernamental que priorice la eficiencia sobre la falsa austeridad, que invierta en fortalecer las instituciones y garantice la transparencia, para así asegurar un futuro más prometedor para todos. #OpiniónCoparmex